MALVINAS 2000 - Capitulo I - Página 001

El rastro sumamente largo me advertía que no se trataba de una perdiz. Mi perra Ñata, que es una maestra en estas lides, me llevó un largo trecho entre el monte, con mucho sigilo como ella lo sabe hacer, hasta que se detuvo en un espinillo, y con su patita delantera recogida y su cola erecta me anunció que la presa ya estaba cerca.

Me preparé calculando que volaría rumbo fuera de la espesura, ya que ésta terminaba a pocos pasos más, dando lugar a uno de los dos cráteres de La Valentina.

Azucé a la perra y ella encaró hacia el árbol, de inmediato un fuerte aleteo rompió el silencio de la fronda, la montaraz se elevó a varios metros entre las ramas y luego encaminó su vuelo hacia el espacio abierto. Fue en ese momento que apreté el gatillo de mi escopeta, el estampido sonó como un cañonazo y la montaraz se desplomó alcanzada por la perdigonada.

La Ñata es una experta en traer la pieza, pero en esta oportunidad ella no la vio caer por la espesura del follaje, por lo tanto me resigné ir a buscarla.

Tal como calculara, la montaraz cayó en los médanos del cráter, por lo que tuve que descender varios metros por la pared del mismo, aferrándome de los yuyos que allí crecen para no caerme.

Al fin llegué abajo y caminé unos cuantos pasos hacia la presa ya muerta; llamé a la Ñata para que la recogiera, así se daba cuenta que le había acertado y ella respondió de inmediato a mis órdenes. Moviendo su cola se encaminó a levantarla.

Fue en ese momento que vi un brillo apagado de algo semienterrado en la arena. Con curiosidad me acerqué para ver qué objeto era, parecía como una pequeña roca de color blanco pardusco, pero tenía líneas demasiado definidas como para ser una piedra.

De inmediato me excité pensando haber encontrado algún resto del meteorito caído allí hacía unos dos mil años, y que pudiera ser de algún material desconocido para mí.

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